T
extos:
Federico E. Gargiulo –
[email protected]"… una vez realizada la gloriosa batida en la llanura, acampadas en triunfo nuestras tropas sobre la margen del río Negro, sin enemigos a retaguardia, aquellos campos se verán libres de salvajes, y las estancias argentinas y de ingleses, que se acercan a Choele Choel, prosperarán tranquilas y seguras, sirviendo de base a nuestros centros de población y trabajo".
Así se explayaba Estanislao Zeballos en La Conquista de quince mil leguas, –libro oficialista de la época– sobre la necesidad y el deseo de la Nación Argentina de extender sus fronteras, de despojar a los "salvajes" de sus tierras en afán de darle un escenario propicio al progreso y a la civilización. Una idea recurrente en las últimas décadas del siglo XIX, una historia que benefició a unos pocos y perjudicó a unos miles…
De las pequeñas conquistas a la conquista mayorRecién con el establecimiento definitivo del Virreinato del Río de la Plata y el consiguiente fortalecimiento del poder político y militar, se pudo lograr una línea de fronteras con el indio alejada de los núcleos urbanos.
Ya para 1833 Juan Manuel Rosas organizó una pequeña "Conquista del Desierto", atendiendo a los ruegos de sus amigotes estancieros, quienes denunciaban el robo de ganado por parte de los indígenas. El saldo fue de 3.200 indios muertos.
Después de una veintena de años de calma, para 1853 reaparecieron los temidos malones. Calfucurá, el jefe indígena más influyente, le quitará el sueño a más de un gobierno –y a más de un estanciero, por supuesto– durante casi dos décadas.
Luego de prolongadas guerras intestinas en nuestro territorio, se llegó a una pacificación y a una unificación nacional. Pero era necesario, para culminar ese proceso, delimitar los límites con los países vecinos. La vasta Patagonia era un espacio que había sido reclamado por Chile durante décadas. En ese contexto, entonces, lograr el "triunfo" contra la amenaza del indio, avanzando y extendiendo las fronteras hacia el sur de Buenos Aires, se tornaba en una cuestión de cabal importancia.
Durante el gobierno de Nicolás Avellaneda se impulsó, bajo la dirección del Ministro de Guerra Adolfo Alsina, una política de expansión de la línea de fronteras hacia el sur. Su plan se basaba en el levantamiento de fortines, telégrafos, poblados, y en el cavado de una gran fosa –la famosa "Zanja de Alsina"– destinada a frenar la retirada de los indios con el ganado robado. Sus acciones quedaron truncas con su muerte, y entonces entró en el escenario el flamante Julio A. Roca, quien reemplazaría a Alsina en su cargo, y que más tarde ocuparía el sillón que algún día ocupó Rivadavia. Roca, con una política más dura y agresiva, sería el encargado de "limpiar" el "desierto" de todo vestigio de salvajismo, operación militar con la que se ganaría el beneplácito de las poderosas minorías dominantes de la época.
Justificación ideológica Para llevar a cabo una acción bélica de semejante envergadura, era necesario contar con una justificación ideológica que amparase la guerra contra el "salvaje". Unos pocos escritores de la época, siempre provenientes de las minorías dominantes e influyentes, fueron los encargados de diseminar el abono adecuado para que la semilla de la belicosidad prendiese.
Los representantes del modernismo de ese entonces sostenían la necesidad de poblar el "desierto", un extenso lugar deshabitado, o al menos no "civilizado", ya que según los mismos teóricos, los nativos –o sea, los verdaderos dueños de la tierra– no eran otra cosa que "salvajes".
En aras de contar con un marco legal apropiado, por decirlo de alguna manera, el Ministro de Guerra Julio A. Roca confió al joven Estanislao Zeballos la confección de un volumen que avalase la empresa con datos históricos y científicos, y que otorgase a los oficiales y soldados de la inminente expedición, un conocimiento sintético de la faena en la que pronto se avocarían. Por su lado, el propio autor de La Conquista de quince mil leguas, edición que se agotó en una semana, ensalzaba el propósito del encargue con las siguientes palabras: "prestigiar la ocupación de la línea estratégica del río Negro, fundado en la doble autoridad de la historia y de la ciencia". Con ésta y otras obras menores, quedaba legitimada, bajo el estandarte de la ciencia y el progreso, la llamada "Conquista del Desierto".
Puesta en marcha de la Conquista: lanzas contra Remington.Según lo dispuesto por la ley 947 de 1878, la llamada "Ley del Empréstito", el gasto que demandase la campaña militar para despojar a los indígenas de sus territorios, se imputaría de las tierras nacionales que se conquistasen. Sobre esta base, el Estado lanzó una suscripción pública para financiar la expedición militar. Así fue que la mayor parte de las tierras ocupadas una vez trasladada la frontera, fueron concedidas a particulares en concepto de amortización por títulos de empréstitos.
En 1879, ya con todos los recursos necesarios, la máquina de matar pudo ponerse en movimiento. Así fue que numerosos regimientos fueron desplazando a los aborígenes a tiros de Remington, empujándolos hacia los contrafuertes andinos. Mientras tanto, la resistencia indígena se defendía con lanzas y boleadoras. El escenario donde se llevó a cabo la mayor actividad bélica, fue el actual territorio de Neuquén. Seis años duró la campaña, y consagró a su impulsor con la clase dominante que lo arrojó a la presidencia. Uno a uno se fueron entregando los antiguos señores de la tierra a las fuerzas de Roca. Temidos jefes como Foyel e Inacayal, fueron cediendo ante la invasión foránea. El último cacique en rendirse a las fuerzas nacionales fue Sayhueque, antiguo rey del "país de las manzanas", en 1885, en Junín de los Andes.
Después de la ConquistaComo saldo de la "Conquista del Desierto", miles de indígenas murieron, y cerca de catorce mil fueron reducidos a servidumbre, sin contar las enfermedades contraídas por el contacto con los blancos, que acentuaron la mortandad de los indígenas sobrevivientes. Niños que fueron separados de sus madres, mujeres despojadas de sus esposos… Caminatas forzosas por más de mil kilómetros trasladando a los prisioneros, matanza de niños y mujeres solas, emplazamiento de campos de concentración alambrados, son sólo algunas de las atrocidades impuestas por los jinetes de la Conquista. Atrocidades que otorgan a esta campaña el rótulo de Genocidio, por más que algunos se resistan a llamarla así.
Por otro lado, con el avance de las tropas sobre el territorio indígena, el país se hizo de millones de hectáreas, aquellas quince mil leguas de las que hablaba Zeballos… Esas tierras no fueron repartidas entre colonos e inmigrantes como la Ley de Inmigración sostenía. Fueron más bien regaladas o vendidas a precios irrisorios a familias influyentes o vinculadas a los círculos de poder. Los nuevos ricos, o los viejos ricos, más ricos todavía, no dedicaron sus nuevos latifundios al establecimiento de colonias agrícolas. Jamás pusieron las tierras obtenidas al servicio y al progreso de la Nación. Solamente conservaron aquello que nada les había costado conseguir, y se dedicaron a especular con la suba del precio de la tierra.
Mientras tanto, sirviendo como esclavos en algún ingenio azucarero del norte o en alguna mansión de un porteño de buena cuna, los otrora caciques de la Patagonia perdían su profunda mirada en un horizonte que ya no era suyo.
BibliografíaSusana Bandieri, Historia de la Patagonia, Buenos Aires, Sudamericana, 2009.
www.elhistoriador.com.ar - Página web de historia, director Felipe Pigna.