P
or Gabriel Ramonet (periodista de la redacción de El diario del Fin del Mundo) @gramonet
El provincial y los municipales. El modelo instaurado a partir de la provincialización, con los vicios y las prebendas arrastradas desde el ex territorio. El que en algún momento fue joven y vigoroso, con energías inacabables. El que tenía otros objetivos, como poblar la isla y asegurar la soberanía. El que creció desordenado y se hinchó la panza de burocracia, corrupción estructural y empleados públicos. El que se fue enfermando de a poco y a la vista de todos. El que dio avisos de que se iba, de que no daba más. El que quisieron curar una y mil veces con una aspirina.
Lo lamentamos mucho. Enviamos las condolencias a quienes lo conocieron, a sus padres, a sus hijos y a todos sus herederos. La vida es así. El Estado fueguino ha muerto.
Dirán que fue muerte natural, pero todos sabemos que se trató del homicidio colectivo más planificado y mejor ejecutado que recuerde la historia policial contemporánea.
Lo fuimos enfermando lentamente. Cuando era chico le hicimos consumir en poco tiempo todas las acreencias de la Nación, que eran las vitaminas que le hubieran permitido desarrollarse fuerte y sano. Le exprimimos el banco, para darles créditos a los amigos, y para que fuese aprendiendo, le empezamos a leer sus primeros cuentos de corrupción.
Después le enseñamos violencia y miedo, le apretamos las instituciones, le desarmamos la Justicia, le compramos la Legislatura y los organismos de control, y mientras se sumergía en sus primeras crisis, lo seguimos saqueando y robando a dos manos.
Cuando mostraba algún signo de recuperación, lo inflamos de empleados públicos hasta dejarlo al borde del colapso. Le dijimos que no estudie, que no tenía sentido desarrollar recursos propios si siempre mamá Nación iba a estar al lado para ayudarlo, y mientras tanto continuamos sacándole plata de la billetera, volviéndolo también más tosco e ineficiente.
Una vez enfermo, en vez de curarlo, empezamos a taparle los síntomas. No está tan mal. Debe ser algo pasajero. Sigan robándolo. Pero no los gobiernos solamente. Vamos todos. Más sueldos, más plus, más categorías, más estructura, más pauta, me lo merezco, mirá que te paro todo, los compañeros, los derechos, sin obligaciones, dame la zona, más sueldo, plata hay, falta gente, pasame un artículo, no me importa de dónde salga, dos años y me jubilo, no saben administrar, cortamos la calle, de acá no nos vamos, con un paro también se educa, para eso me vine acá, si no me quedaba en el norte.
Cuando ya estaba grave, a todos dejó de preocuparnos la cura. Era tan compleja la operación, que mejor dejarlo así. Discutamos cómo subsiste un poco. Dale una inyección que le calme el dolor del IPAUSS, pero no le cambies el sistema jubilatorio. Y ojo con tocarle los 25 inviernos. Si le duele el IPAUSS es por la deuda, no porque yo le estoy chupando la poca sangre que le queda.
Reunión de equipo médico. Señores, nada de operar. Estamos aquí para estirarle la vida sin tocarlo demasiado. Que esté vivo hasta que nos vayamos nosotros. Que se le muera a otro. En este quirófano no hay ajuste, ni despidos, pero como hay que gobernar, vamos a cogobernar. Estamos en el fino equilibrio entre la vida y la muerte. Pero vivos, y no hemos matado a nadie. Nosotros no fuimos.
Los que reclaman no han sido elegidos para salvar a nadie, así que a ellos no los miren tampoco. Nada que ver. Al contrario, nosotros protegemos al Estado, queremos que viva feliz y contento. Más sueldos, eso sí. Porque así no se puede. El día de mi cumpleaños no voy a trabajar y cobro tres sueldos y medio. Una vez al año me pagan el pasaje para irme de vacaciones. Es justo. En dos años me jubilo. No están tan mal. Si se muere es culpa de estos incompetentes que no saben administrar.
Un día tenía que pasar. Era lógico. Fue en una semana de agosto de 2013. Todos estaban mirando para otro lado. Los funcionarios ocupándose de reuniones importantes. Los sindicatos repudiando la “criminalización” de la protesta.
Lo cierto es que el Estado, tal como lo concebimos, dejó de respirar. Ya no puede garantizarnos los servicios básicos. Aprieta un botón un señor que no conocemos en San Sebastián, se paraliza por falta de gas el parque industrial de la provincia y nos quedamos sin luz en Ushuaia. Si hace mucho frío, o mucho calor, o se rompe una bomba, o un caño, o un tubo de cloro, nos quedamos sin agua por días o por semanas.
Los hospitales públicos suspenden operaciones por falta de insumos y obligan a la gente a no dormir para sacar un turno, cuando no a esperar meses por el resultado de un análisis porque el servicio que antes funcionaba en un lugar ahora descubrieron que no puede funcionar más ahí.
Las escuelas no pueden garantizar clases normales por problemas edilicios, porque lo docentes están de paro, o en asambleas, o tomando la Casa de Gobierno, o de comisión en otras áreas, o de licencia, o de jornadas, o usufructuando horas gremiales o inventando nuevos conceptos como el de “desobligación”.
Una retroescavadora pisa un hormiguero en Comodoro Rivadavia y nos quedamos sin Internet, celulares, posnet de tarjetas de crédito y cajeros automáticos.
Los taxis y los remises no dan abasto si nieva pero sobran cuando tienen que reclamar aumento de la tarifa, y los colectivos, si pasan cada menos de una hora, es casi un milagro.
Las calles y rutas están todas rotas, con pozos o huellones en un asfalto que se deteriora por el frío en un lugar donde, hay que admitirlo, hace frío. Pero además, las calles que hay ya no alcanzan para el parque automotor que las transita, tal vez, hay que admitirlo, porque somos más gente que infraestructura vial.
El Estado ha muerto. Y lo peor es que no hay tiempo para llorarlo. Hay que parir otro. Urgente. Uno donde vuelva a discutirse todo de nuevo. Desde el principio. Otra vez.
Tierra del Fuego necesita refundarse, y para ello precisa aceptar, primero, que ha tocado fondo.