Colaboración

Evocando a Natalie Goodall

28/05/2015
P
or Lucas Potenze (*) (Especial para El diario del Fin del Mundo)

Con la partida de Natalie Goodall, nuestra provincia pierde a una de sus personalidades relevantes: una persona que ocupó un lugar central en los campos de la ciencia, de la historia y de las representaciones de la Tierra del Fuego, lugar que muchos conocimos gracias a su obra.
Nacida en una granja cerca de Lexington, Ohio, en 1940, en la Región de los Grandes Lagos, estudió en la Kent State University, donde se graduó en Biología y Enseñanza de las Artes y obtuvo una maestría en Biología por la misma Universidad. Más tarde trabajó en Venezuela donde aprendió el español, y de allí pasó, como turista, a Tierra del Fuego, atraída por el libro de Lucas Bridges “El Último Confín de la Tierra”, que narraba vida y aventuras de la primera familia de misioneros instalada en la isla. Llegó así a Estancia Harberton, el santuario que recuerda a aquellos pioneros, donde conoció a Tomás Goodall, administrador de la estancia y biznieto de Thomas Bridges, con quien seis meses después contrajo enlace, y se quedó para siempre en el lugar.
A partir de entonces, trabajó en dos áreas de alguna manera vinculadas: por un lado la joven bióloga dedicó su tiempo a la investigación de la fauna y flora de la isla, especializándose en los cetáceos que viven en el Mar Argentino; por otro, se dedicó a mantener la memoria de la familia en la vieja Estancia Harberton, la primera del territorio, y realizó importantes aportes a la historia de los misioneros anglicanos y, consecuentemente de los fundadores del linaje al que se había unido.
Fue investigadora del CADIC durante sus primeros años, para luego continuar investigando por su cuenta, con el auspicio de instituciones privadas, en las instalaciones que levantó en la estancia donde vivía, acompañada por becarios y jóvenes investigadores que la ayudaban en sus trabajos de tratamiento y conservación de los esqueletos de cetáceos. Sobre esos temas publicó diversos artículos en revistas científicas, ganándose un nombre respetado y consultado no sólo en la provincia, sino en toda la Argentina y en el exterior. Así fue que se le otorgaron importantes reconocimientos y membresías en instituciones científicas argentinas, estadounidenses, inglesas y neozelandesas, así como el Doctorado Honoris Causa en la Universidad donde inició su carrera.
Afortunadamente, su trabajo no quedó limitado a publicaciones especializadas, porque en 2001 inauguró, en la misma estancia, el Museo Akatushun, una excelente muestra de aves y mamíferos marinos abierta al público y con un sector dedicado a la investigación y preparación de los ejemplares expuestos.
Por otro lado, Natalie fue una incansable coleccionista de la flora fueguina, llegando a formar un herbario con más de 7.000 ejemplares, y en otro sentido, fue una finísima dibujante, especialmente de estas plantas y flores silvestres, además de investigadora de la historia y la realidad fueguina. De estas inquietudes surgió su libro “Tierra del Fuego”, una deliciosa descripción de estos tópicos, delicadamente ilustrada por sus dibujos a pluma, donde con un estilo al borde de lo ingenuo, detalla con rigor las características de cada planta y de cada animal de esta tierra. El libro puede ser leído como una guía de turismo, ya que trae información sobre todas las actividades de interés para el visitante, o como una puerta de entrada para todos los que desean estudiar la realidad fueguina. Tiempo después, le agregó un mapa ilustrado del entonces territorio nacional, en que señala los puntos de interés turístico, científico e histórico, con el que tantos jóvenes y no tan jóvenes han tomado conocimiento de las muchas sorpresas y misterios de la isla.
Pero quizá, y como suele ocurrir, lo más importante que nos deja Natalie no está tanto en sus obras sino en su ejemplo de vida. Porque la mayor parte de sus trabajos fueron hechos por puro amor a la Naturaleza, a la Ciencia y a la Historia. Se manejó con poco o nulo apoyo oficial, gestionando ella misma las ayudas para sus trabajos e investigaciones y especialmente para “su” museo, que es uno de los más importantes en el país en su especialidad; se ocupó de mantener cuidada y abierta al público la primera estancia fueguina y mantener de esta manera viva la memoria de los primeros pioneros de la isla y fue quien custodió archivos y recuerdos materiales de aquéllos. Al mismo tiempo, siempre se ofreció para poner sus conocimientos al alcance de todos y nunca se rehusó cuando se la invitaba a charlar con alumnos de las escuelas, quienes la tenían como una leyenda viva y la veían, al retirarse, con una mezcla de respeto y admiración.
En definitiva, Natalie Goodall fue una presencia entrañable y admirable: desde aquella jovencita que vino desde Ohio atraída por la curiosidad y el misterio del Fin del Mundo, hasta esta científica, artista, historiadora, conservadora y perfecta anfitriona que se convirtió en uno de los personajes imprescindibles de nuestra tierra, a la que amó y a la que se entregó por completo. No cabe duda de que tendrá un lugar en la galería de los fueguinos ilustres, como ya lo tiene en los corazones de quienes la conocimos y tanto aprendimos de ella.

(*) Historiador. Profesor de Historia.