ste día, el príncipe Mauricio de Orange, gobernador de Holanda, autoriza a Jacobo Le Maire y Guillermo Schouten a dirigirse hacia oriente para desarrollar nuevos mercados para sus productos en los países conocidos y en otros por conocer de esa región.
En el ampuloso discurso oficial de la época, Mauricio les otorga la credencial de presentación ante los líderes de los pueblos que vayan a visitar: “habiéndoles permitido y concedido, les permitimos y concedemos de ir a los Imperios y Reinos de Tartaria, China, Japón, India del Este, Tierra Austral, Islas y Tierras de la Mar del Sud, y de otras que llegasen a descubrir en la Isla de Rotta, en los Pasajes del Norte o del Sud, y demás que pudiesen encontrar, para contratar en todas partes alianzas con los habitantes, comerciar, comprar y vender toda suerte de mercaderías, sea de pieles, de seda, especies, perlas y piedras preciosas; traerlas y venderlas en estas Provincias, y de llevar otras, todo ello con permiso y consentimiento de los magistrados” (Ernesto J. Fitte. Crónicas del Atlántico Sur).
Los responsables de la expedición comercial fueron nombrados “embajadores” ante “los referidos Emperadores, Reyes, Duques, Príncipes, Repúblicas” y trasmisores “de nuestros buenos afectos hacia ellos, y de ofrecerles liberalmente los servicios de nuestro País”.
En el último tramo del documento, el monarca ordena “no ofender ni injuriar a persona alguna, cualquiera fuese su condición o estado, salvo que él o los suyos fuesen los primeros asaltados, y obligados a defenderse. En este caso les ordenamos de comportarse valientemente, defender y garantir a su gente por todos los medios, como a sus barcos y mercaderías, para no desmentir el natural y franco coraje de la Nación, considerando que según el derecho de todos los pueblos está permitido rechazar la violencia con la violencia”.
El viaje de los expedicionarios se prolongó por más de dos años. Alcanzaron las islas de Juan Fernández, Nueva Guinea y Hoorn, entre otras, hasta llegar a Batavia, donde sostuvieron una encarnizada puja con una compañía rival de su propio país la Dutch East India, que confiscó la carga y detuvo a los comandantes, a quienes despachó encarcelados de regreso a Holanda. Demostrando que los intereses comerciales eran más fuertes que las credenciales diplomáticas que ostentaban Schouten y Le Maire.