Los plaguicidas y la biodiversidad
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Los plaguicidas y la biodiversidad

No se oía ni el más leve sonido de cantos de pájaros. Yo estaba sobrecogida, aterrada. ¿Qué es lo que está haciendo el hombre de nuestro perfecto y bello mundo? –Carson, 1962
18/05/2017
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achel Carson puso en debate la relación directa que existe entre los plaguicidas y las aves. A pesar de que el DDT se prohibió al comprobarse su peligrosa acción sobre la biodiversidad, hoy en día otras sustancias (incluso los residuos dejados por el DDT tras más de 30 años de haberse prohibido en muchos países), continúan afectando a diversas especies, a pesar de no ser éstas las destinatarias de sus efectos directos.
En Argentina existen casos documentados sobre la relación entre algunos plaguicidas y las aves. Es este capítulo analizaremos dos casos ampliamente estudiados y denunciados por grupos de investigación locales e internacionales. Uno de ellos, la acción de los plaguicidas en las aves migratorias que utilizan humedales artificiales, como las arroceras en sus paradas intermedias; y el otro, la fuerte incidencia del uso de los plaguicidas para combatir algunas plagas como las tucuras y las aves rapaces.
Para comenzar, definiremos algunos conceptos. Cuando nos referimos al término humedales, estamos hablando de una amplia variedad de hábitat interiores, costeros y marinos que comparten la característica de ser áreas cubiertas de agua en forma temporaria o permanente. El agua juega un rol fundamental en la determinación de la estructura y las funciones ecológicas de estas áreas.
La Convención sobre los Humedales, o Convención de Ramsar, los define en forma amplia como “las extensiones de marismas, pantanos y turberas, o superficies cubiertas de agua, sean éstas de régimen natural o artificial, permanentes o temporales, estancadas o corrientes, dulces, salobres o saladas, incluidas las extensiones de agua marina cuya profundidad en marea baja no exceda de seis metros” (Benzaquén, 2008, p:1). Los humedales brindan importantes beneficios para la humanidad, tales como abastecimiento y purificación de agua, amortiguación de inundaciones, reposición de aguas subterráneas, hábitat para la biodiversidad y oportunidades de recreación y turismo.  
Las arroceras son un tipo particular de humedal. Funcionan como humedales artificiales, brindando hábitat de alimentación y refugio a numerosas especies de aves acuáticas. Son agroecosistemas ricos en recursos para una gran gama de especies residentes y migratorias, ofreciendo alimento aún en épocas de sequía.
Durante los últimos 25 años, el arroz se ha convertido poco a poco en un alimento de primera necesidad entre los consumidores de la América Latina tropical. Según un informe de la FAO (da Silva, 2000), el consumo per cápita de arroz pasó de 10 kg/año en la década de 1920 a casi 30 kg/año en los noventa. Brasil es el país que registra el mayor consumo (50 Kg./ha./año), mientras que en Argentina, el consumo anual de arroz es muy estable: 5-6 kilos por habitante al año (Pantanelli, 2007)
Considerando la producción de arroz en los países del Cono Sur, la FAO establece un ranking (Tabla 1) para el año 2009, siendo Brasil el país con mayor área cosechada, aunque no el de más alto rendimiento por Ha.  
Por otro lado, el cultivo de arroz bajo condiciones inundadas es utilizado por muchas especies de aves acuáticas, funcionando como un humedal artificial que brinda hábitat para alimento, refugio, descanso y/o reproducción (Blanco et al., 2006). Debido a la reducción de los humedales naturales, algunas especies dependen de las arroceras como una alternativa de hábitat durante la migración y la temporada no reproductiva.
Entre las especies animales, las aves son excelentes indicadoras de calidad ambiental, debido a que por su gran movilidad, y su variedad de comportamientos y hábitos alimentarios, rara vez quedarán excluidas de situaciones de riesgo ambiental (Zaccagnini et al., 2007). Muchas especies de aves que se alimentan de semillas e insectos plagas de los cultivos están particularmente expuestas a los plaguicidas.
Las aves playeras, grupo informal que comprende playeros, chorlitos y especies afines, se encuentran principalmente a lo largo de las playas, tanto costeras como continentales. Muchas de estas especies son migratorias. Entre las más llamativas se encuentra el playero rojizo (Calidris canutus), que realiza una de las más extensas migraciones registradas. Nidifica en el Ártico canadiense y migra hacia las costas del sur de la Patagonia, donde pasa la temporada no reproductiva. Sus viajes de ida y vuelta implican vuelos sin interrupciones entre los sitios donde se detienen para alimentarse, separados por distancias que varían entre 2000 y 8000 km.  (Hernández et al., 2004).
Lamentablemente, tal como indica Duncan (2008), el Playero Rojizo (Calidris canutus) ha sufrido una disminución de la población de diez veces en los últimos 20 años.
Unas de las principales amenazas para estos magníficos y resistentes voladores, podría ser el uso de plaguicidas con un eventual impacto negativo sobre las poblaciones, especialmente para aquellas especies cuya presencia en el humedal coincide con la época de aplicación de herbicidas e insecticidas (de la Balze y Blanco, 2008).
En los últimos años, como ha ocurrido con otros cultivos, en los campos de arroz se ha producido un importante aumento en el uso de agroquímicos. En la Argentina, los plaguicidas más comunes utilizados en arroz son carbofurán, mancozeb, endosulfán, metamidofós y varios piretroides (Bernardos y Zaccagnini, 2008). Sin embargo, un estudio realizado por  Blanco et al. (2006), permitió identificar rastros de clorpirifós, malatión y monocrotofós, plaguicidas cuyo uso está restringido o totalmente prohibido en nuestro país (ver Tabla 2).
La comercialización de monocrotofós está prohibida en la Argentina desde el año 1999 por su grado de peligrosidad, y se ha identificado al clorpirifós como el agente causal de mortandad de al menos 20 especies de aves, dos de peces y varios mamíferos en áreas de arroceras.
A partir de las dosis de aplicación recomendadas para arroceras, que oscilan entre 0,01 y 0,88 kg/ha (ver Tabla 3), es posible establecer cuál es el riesgo de mortandad generados por los principios activos autorizados. El menor riesgo de mortandad de aves corresponde a los piretroides, mientras que los que generan mayores riesgos son carbamato y carbofurán.  
Los metamidofós y carbofurán, pertenecientes a los grupos de organofosforados y carbamatos, respectivamente, representan un riesgo muy alto de mortandad de aves (mayor que 0,3). El riesgo asociado al uso de mancozeb (fungicida) y piretroides, en cambio, es muy bajo; sin embargo, ambos generan un riesgo de mortandad para organismos acuáticos muy alto (ubicados en el puesto 10 y 35, respectivamente, entre los más tóxicos de un total de 235 productos evaluados). A su vez, dentro de este ranking de toxicidad para organismos acuáticos, el metamidofós y el carbofurán se encuentran dentro de los 15 productos más tóxicos (Bernardos y Zaccagnini, 2008).

¿Cómo actúan los plaguicidas sobre las especies afectadas?

A pesar de las plumas que cubren los cuerpos de las aves, los plaguicidas pueden entrar en contacto con la piel de estos organismos cuando se frotan contra el follaje u otras superficies contaminadas, o por contacto directo cuando se realiza una aplicación. Las patas constituyen un importante punto de ingreso de los plaguicidas que, de acuerdo con la información disponible, ingresan lentamente por esta vía, lo que puede devenir en una intoxicación prolongada (Bernardos y Zaccagnini, 2008)
Tal como venimos desarrollando, las arroceras son manejadas con abundantes herbicidas, insecticidas y otros agroquímicos y las aves que las frecuentan se ven expuestas a dosis letales y sub-letales de dichos productos. Además varias especies de aves paseriformes y no paseriformes son consideradas “plagas” del arroz y son combatidas mediante el uso de plaguicidas, ya sea por envenenamiento de semillas (cebos tóxicos) o por pulverizaciones de productos tóxicos desde el aire mediante el uso de avionetas (Blanco et al., 2006). Los antecedentes sobre eventos de mortandad de aves acuáticas en arroceras como resultado del uso de plaguicidas son numerosos, incluso hay evidencias de acumulación de plaguicidas en cáscaras de huevos de aves acuáticas. Causey y Graves (1969) citados por Blanco et al., (2006), mencionan el hallazgo de residuos de dieldrin en especies que nidifican en arroceras del sur de Louisiana, con niveles de contaminación variables de entre 0,49 y 5,39 ppm para Ixobrychus exilis y niveles promedio entre 6,51 y 9,37 ppm para Porphyrio martinicus y Gallinula chloropus, respectivamente.
Poppenga (2010), plantea que las especies aviares que se alimentan en gran parte de peces y otras aves, tienen mayor probabilidad de intoxicarse con sustancias como insecticidas organoclorados, los cuales se biomagnifican. Éstos generan efectos perjudiciales a través de las cadenas alimentarias, como el debilitamiento del cascarón de los huevos de ciertas especies de aves salvajes.
Debido a que los organoclorados y sus metabolitos son extremadamente lipofílicos, se almacenan y concentran en la grasa orgánica; la movilización de las reservas adiposas, por enfermedad o estrés, provoca su rápida redistribución entre otros órganos, lo que puede dar lugar a una intoxicación.
Lamentablemente, el pronóstico del ave que presenta síntomas de intoxicación es malo. El tratamiento es principalmente sintomático y de apoyo. Se debería tratar de controlar las convulsiones. Las aves anoréxicas, deberían ser alimentadas forzosamente, con objeto de detener la movilización de grasas.
Los organofosforados y carbamatos no se acumulan en la cadena alimentaria. Sin embargo, en las aves son más agudamente tóxicos que los organoclorados. La intoxicación se produce debido a la inhibición de la actividad de la acetilcolinesterasa, con la consiguiente sobreestimulación de los receptores colinérgicos por parte de la acetilcolina. Entre los signos de intoxicación se incluyen la ataxia, parálisis fláccida aparente o rigidez en extensión de los músculos de patas y alas, incapacidad de volar, bradicardia y salivación. También pueden aparecer diarrea y miosis (Poppenga, 2010).
Tener en cuenta este amplio rango de riesgos de mortandad de aves por intoxicación debido a estos principios activos, permitiría a los productores de arroz elegir opciones más amigables con la conservación de la biodiversidad y que a su vez cumplan con el objetivo de control de la plaga (Bernardos y Zaccagnini, 2008).
En síntesis, las arroceras actúan por un lado como importantes áreas de alimentación de aves acuáticas, pero por otro, pueden constituirse en trampas tóxicas debido al uso de agroquímicos; esta información nos presenta un escenario de riesgo importante sobre la diversidad biológica presente en las arroceras, de las cuales las aves son sólo una parte. En este contexto, unido a la tendencia a aumentar la productividad a costa de un mayor flujo de insumos, se hace imperiosa la evaluación del riesgo asociado  pérdida de diversidad biológica de las prácticas de manejo actuales y futuras.

¿Y el aguilucho
langostero donde está?

La mortandad masiva de aguiluchos langosteros ocurrida hace varios años en nuestro país es un caso emblemático del impacto de plaguicidas en las aves (Canavelli y Zaccagnini, 1996). En este caso, una población completa de esta especie migratoria estuvo en riesgo debido al uso de un insecticida muy potente, el monocrotofós,  para el control químico de su alimento principal, las tucuras (Goldstein et al., 1999).  
      En 1996, unos 20.000 aguiluchos langosteros (Buteo swainsoni) murieron por intoxicación (ingestión, contacto e inhalación) según se comprobó mediante los análisis de muestras de tejidos nerviosos, plumas y contenidos gastrointestinales de los animales colectados (Goldstein et al., 1999). El mismo fenómeno habría ocurrido en años anteriores y en todos los casos la muerte se debió al uso de un plaguicida, el monocrotofós; producto que era ampliamente usado para controlar a las tucuras en pasturas y cultivos (Zaccagnini, 2004). Sin embargo, el monocrotofós no estaba autorizado como tucuricida, de modo que la mortandad producida en la población de aguiluchos langosteros se debió al uso incorrecto de este plaguicida.
      Estas evidencias motivaron el inicio de una estrategia de conservación que pretendía evaluar esta y otras prácticas agrícolas y su relación con la biodiversidad.   Rápidamente, todos los sectores involucrados se organizaron con el objeto de analizar y llevar a la práctica una serie de estrategias que articularon diferentes componentes regulatorios y de ajustes de normativas sobre registro de plaguicidas en el país. Entre otras acciones, se reguló la comercialización y el uso de monocrotofós en la región pampeana y se estimuló la investigación básica y aplicada, tanto en la ecología de los aguiluchos y su relación con las prácticas agrícolas, como en el uso de los agroquímicos en la región de extensión y comunicación (Zaccagnini, 2003).
Al cabo de los tres años que demandó su ejecución, este programa  permitió un cambio sustancial en cada uno de los componentes regulatorios,  desde la prohibición total del uso de monocrotofós en la Argentina hasta una mayor profundidad en el conocimiento, uso y mal uso de los insecticidas en el control de plagas en la región pampeana, que al momento de las mortandades masivas era de un 50% para el control de tucuras y descendió a un 17% al cabo de dos años de campaña. También se lograron grandes avances en el conocimiento de la ecología del aguilucho, y la reducción marcada de los incidentes de mortandad en esta especie, si bien se documentó una variedad de impactos sobre especies de la fauna autóctona (Zaccagnini, 1998).
El incidente del aguilucho langostero fue seguido de un conjunto de casos de mortandad de otras especies locales (Hooper et al.,  2003) poniendo en evidencia que los productos habitualmente usados en el control de plagas no son inocuos para estos organismos, y muy probablemente tampoco para otros niveles de la biodiversidad.  Para Zaccagnini (2001), la toxicidad de los agroquímicos, así como los patrones de uso y mal uso que se hace de los mismos, genera serios riesgos para la supervivencia de la biodiversidad en los agroecosistemas.
En la región pampeana, por ejemplo, aproximadamente un 30% de la superficie cultivada se trata con agroquímicos sin seguir las indicaciones de los marbetes. En particular, aproximadamente un 70%, se trata con dosis inadecuadas (Zaccagnini, 2001).
Numerosos autores mencionan que las aves son especialmente sensibles a algunas de las clases más tóxicas de plaguicidas, entre ellas, los insecticidas organofosforados y los carbamatos (Bernardos y Zaccagnini, 2008). La principal vía de ingreso de los plaguicidas es la oral, por medio de la ingestión de alimento que ha sido expuesto al tóxico o por el acicalamiento de las plumas que han estado en contacto con el tóxico (Mineau, 2002).
Entre los años 1996 y 2000, en la Argentina se han registrado y documentado 35 incidentes de mortandad de fauna silvestre por uso de insecticidas, donde el monocrotofós fue el principio activo causal comprobado o principal sospechado de las mortandades (Hooper, et al., 2003).
Dentro de las especies involucradas en los incidentes se encuentran: inambú común o perdiz chica (Nothura maculosa), aguilucho langostero (Buteo swainsoni), carancho (Polyborus planctus), chimango (Milvago chimango),  tero común (Vanellus chilensis), paloma picazuró (Columba picazuro), paloma manchada (Columba maculosa), paloma torcaza (Zenaida auriculata), torcacita común (Columbina picui), cotorra común (Myiopsitta monachus), pirincho (Guira guira), lechuza de campanario (Tyto alba), lechucita de las vizcacheras (Speotyto cunicularia), ñacundá (Podager ñacunda), carpintero campestre (Colaptes campestris), carpintero real verde (Colaptes melanochloros), cardenal común (Paroaria coronata), jilguero dorado (Sicalis flaveola), chingolo (Zonotrichia capensis), tordo renegrido (Molothrus bonariensis), tordo músico (Molothrus badius), pecho colorado (Sturnella superciliaris) y gorrión (Passer domesticus). (Bernardos y Zaccagnini, 2008)
El caso del aguilucho langostero marcó un antes y un después. Desde la órbita gubernamental se emprendió un operativo de emergencia para relevar a campo lo que estaba ocurriendo. En pocas semanas se lograron documentar 18 casos de mortandad en la región central de la pampa húmeda. Estas evidencias mostraron que la agricultura pampeana estaba causando un importante impacto sobre esta especie y, probablemente debajo de su “paraguas ecológico”, otras especies de la fauna autóctona podrían estar sufriendo impactos negativos similares. De hecho, los testimonios de más de 300 productores y aplicadores consultados al momento del primer relevamiento, permitieron identificar más de 20 especies de aves y mamíferos silvestres que reiteradamente se veían muertos en el campo o notaban una importante disminución poblacional (Canavelli y Zaccagnini, 1996).
En definitiva, esta lucha interminable entre cultivos y plagas nos convoca a repensar y analizar hacia dónde queremos llegar con la producción extensiva de alimentos. ¿Podemos afirmar que el fin justifica los medios? El debate continúa, dejamos abierta la puerta para reflexionar sobre esta conflictiva relación.

Fuente: Fernández, N. et al (2012). Los Plaguicidas aquí y ahora. 1ra Ed. Buenos Aires. Ministerio de Educación de la Nación.

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