ste día, el ciudadano Salomón el Dahuk presenta una denuncia, en el paraje de El Cuy, a 500 kilómetros de Viedma, por la falta de noticias de su cuñado José Elías que se desempeñaba como comerciante ambulante, del que desconocía su paradero desde agosto de 1907.
En esa época, los vendedores trashumantes, apodados turcos, incursionaban por la Patagonia, acompañados por algunos peones y baqueanos, con caballos o mulas cargados de ropa, telas y otros artículos.
Esa denuncia generó una investigación sobre el destino de numerosos mercachifles. Ante los rumores existentes, el gobernador del Territorio de Río Negro, Carlos Gallardo, ordenó una partida policial para esclarecer lo ocurrido.
La punta para desenredar la madeja la brindó un muchacho de 16 años, que al ser interrogado declaró que, “un grupo abigarrado de indígenas venidos de Chile, asesinaban comerciantes en las mesetas a fin de robarle todo cuanto poseían y que había presenciado no menos de cuarenta muertes” (Alberto Moroy. Diario El País. Montevideo, 7/6/2012).
Así se pudo determinar que “una banda liderada por el winka Pablo Berbránez, chileno, alto, rubio, de ojos verdes y elegante vestir de negro, cuya función era nada menos que ser Juez en Tolten, (Chile) aliado con la bruja en cuestión cuyo poder era incuestionable entre los conas (guerreros) indígenas, se habían pasado de la raya al asaltar, asesinar y después, devorar, algunos mercachifles sirio libaneses”.
La investigación concluyó que los sucesos se fueron repitiendo durante al menos cinco años. Se pudo individualizar a varios nativos “que no dudaron en manifestar que ellos comieron carne humana a fin de conocer la diferencia que hay entre la del Huinca y la de turco”. La machi del grupo era la voz cantante en las truculentas acciones del grupo
Los nativos cuando detectaban “la llegada de los turcos con sus cajones de menudencias a cuestas reunían a sus auxiliares para el mejor éxito del ataque. Luego de un cambio de ideas y de designar a los operadores se invitaba a los ambulantes con cordero asado, vino a discreción, mate amargo Y entre un mate y un trago de vino, los bandoleros ultimaban a sus víctimas. Después entre los cadáveres se procedía a la extracción del dinero, ropas mercadería y alhajas”.
Luego, fraccionaban los cadáveres en trozos, se incineraban los restos en un monte de la vecindad y los huesos se usaban como amuletos.