e lleva a cabo en las islas Malvinas “un censo poblacional de los llamados ‘aliens’ (extranjeros), donde aparecen listadas dieciocho personas de profesión ‘gauchos’, incluyendo al capataz Lorenzo Fernández; aunque muchos otros trabajaban en la colonia realizando distintas tareas solo figuran como peones o simplemente trabajadores”, dejando constancia de la dependencia que tenían de la mano de obra criolla los ocupantes de facto de las islas (Marcelo Beccaceci. Gauchos de Malvinas).
El recuento de trabajadores, “en cuanto al país de origen, en los censos aparecía con frecuencia ‘South America’ o Montevideo (por el puerto de embarque), aunque la gran mayoría de los gauchos procedía de Argentina (Buenos Aires, Entre Ríos, Corrientes, Patagonia) y de Uruguay. Con el paso de los años las listas comenzaron a mencionarlos como ‘Spaniards’ (españoles) en lugar de argentinos o uruguayos”.
Los registros portuarios isleños reflejaban que “en ese período llegaban constantemente barcos trayendo gauchos y otros partían de regreso hacia sus lugares de origen”.
El responsable de la Falkland Islands Company (FIC), a pedido de las autoridades, “debía suministrar periódicamente información, una lista de trabajadores, incluyendo la situación en la que se encontraban, ya que muchas veces los gauchos quedaban sin trabajo fijo y apenas sobrevivían por la ayuda de conocidos. Cuando era posible, la Compañía cumplía en enviarlos nuevamente al continente si ellos lo solicitaban o si ya no eran requeridos sus servicios (…) En 1855 la FIC tenía contratados cien empleados entre gauchos, trabajadores generales y marineros”.
Con respecto a las remuneraciones, “se manejaban distintas tarifas según las tareas de los gauchos y el tipo de animal que se vendiera. Por ejemplo se cobraba una libra por un caballo sin domar y tres libras por uno de tres años de edad. Andrez Pitaluga, quien por entonces había castrado 100 potros recibió una paga de diez libras”.
Como la concesión de la FIC había terminado, las tierras pasaron a la jurisdicción de la monarquía y se prohibió la cacería de ganado cimarrón. “En el verano de 1862, las autoridades gubernamentales se toparon con un grupo de gauchos de la FIC que estaba salando 50 reses recién sacrificadas. El gobernador impuso una importante multa y la Compañía apeló la disposición argumentando que el ganado era salvaje (…) la Corona le dio la razón” (op.cit.).