ste día, el vicealmirante Juan José Lombardo viaja desde Bahía Blanca a Buenos Aires para reunirse con el comandante de la Armada, almirante Jorge Isaac Anaya. “En su portafolio traía, manuscritos para evitar el uso de dactilógrafos o dejar marcas de caracteres en el rodillo de alguna máquina de escribir, los papeles con las previsiones para que tropas argentinas pusieran pie sobre las islas Malvinas” (O. R. Cardozo, R. Kirschbaum y E. Van der Kooy. Malvinas. La trama secreta).
En el transcurso de la entrevista, el autor del plan de ocupación de las islas le plantearía a su superior una serie de interrogantes sobre las posibilidades de llevar a cabo el arduo y obsesivo trabajo que había realizado desde que asumió la comandancia de Operaciones Navales, cinco días antes, cuando Anaya le encomendó esa misión.
Lombardo “inició su exposición con una conclusión: la operación de recuperación se podía llevar a cabo con facilidad relativa, considerando el potencial naval existente. Pero enfatizó que serían absolutamente imprescindibles dos factores, la sorpresa táctica y el secreto estratégico”.
La primera condición requería arribar a las costas de Malvinas “sin que sus habitantes estuviesen advertidos y la operación sería así ‘limpia’, eufemismo con el que se aludía a la posibilidad de evitar derramamientos de sangre”.
Garantizar el secreto estratégico permitiría que los ingleses no refuercen “su dotación militar en las islas, que apenas alcanzaba a 40 infantes de marina y un viejo navío”.
Anaya afirmó que “será una acción de las Fuerzas Armadas” y reclamó de su subordinado que mantuviera el estricto secreto y que espere el resultado de su conversación con el presidente de facto Leopoldo Galtieri.
Lombardo hizo una última pregunta: “¿qué va a pasar después de tomar las islas?”. La respuesta fue tajante: “Limítese a elaborar el plan para tomar las islas, el resto viene después”.
El tema venía siendo tratado informalmente desde que se llevaron a cabo las acciones para el desplazamiento de la presidencia de Roberto Viola. “El comandante de la Armada había destacado lo vital que era para su fuerza la recuperación, en las mismas sesiones en que utilizó su notable influencia sobre Galtieri para convencerlo de que era ‘el hombre que precisaban el Proceso y el país’. Galtieri, seducido por la idea del poder, se limitó a asentir en cada oportunidad” (op.cit.).
