n la edición de este día, el diario ‘La Opinión’ publica una extensa evocación de Ángela Loij, escrita por Anne Chapman.
“Desde hacía miles de años los indígenas eran dueños de Tierra del Fuego. Hace cien años había quizás 3.500 o 4.000 Selk´nam (…) De este grupo ya no existe ninguno salvo unos cuantos cuyas madres eran indígenas. El 28 de mayo falleció la última Selk´nam. Falleció Ángela Loij” (Reproducido en revista Karukinka N°10).
“Ángela nació por el principio de siglo cuando ya muchos de los indígenas habían sido muertos por los blancos o por las enfermedades…”
“Conocí a Ángela en 1965 cuando empecé a recoger datos sobre la cultura, el idioma y los cantos indígenas (…) se convirtió en mi principal informante (…) Se preocupaba mucho por contarme con precisión lo que sabía. Y sí el trabajo era lento, eso se debía a mi empeño en dejarla asociar libremente sus recuerdos”.
“En el curso de los años que nos conocimos me habló de más de tres mil indígenas, conocidos personalmente o de oídas. Aunque no sabía los nombres de todos, casi siempre se recordaba su parentesco. Ellos aparecían y reaparecían en situaciones muy diversas; y para mí poco a poco su cultura adquiría sentido más allá de lo evidente, revelaba algunas de sus dimensiones semánticas, niveles de diferentes sistemas simbólicos. Ángela hablaba de un individuo, luego de otro, otro y otro, en el contexto de las misiones, de la vida en familia, en los campamentos, de amores y venganzas, de guerrillas, de ‘Chancho Colorado’ y de otros asesinos blancos, del alma ‘kasp’, que se desprende del cuerpo en la hora de morir, del mundo antes que la muerte existiera cuando los dioses habitaban la Tierra, de mitos que enseñan el porqué del hombre, de sabios y profetas, del abuelo de Lola Kiepja que era sabio y profeta, de los ‘xo’on’ (doctores) y sus poderes sobre naturales, de sus ‘viajes’ a la Luna, de los ‘espíritus’ de la tierra y del cielo que no eran sino hombres disfrazados, de un desequilibrado que se creía un guanaco y de cómo murió, de mujeres muertas en el parto, de su finada hija Luisa, de su hijo Víctor muerto tuberculoso en Buenos Aires…”
“Quiero acordarme de Ángela sonriendo como la última vez que la vi. Y me acordaré de sus manos hermosas, de su humor, de su coraje, de su placer al hacerme participar de aquella cultura milenaria que fue, en los tiempos paleolíticos, de la humanidad entera”.