ientras los dirigentes políticos afinan el arte milenario de decidir quién va primero en la lista y quién se sacrifica, la vida real, esa que no entra en los spots ni en los pactos de medianoche, sigue corriendo desbocada. Literalmente.
Porque ahí están, como siempre, los caballos sueltos en la ruta. Ni las reuniones partidarias, ni los pactos de unidad, ni la emoción por el cierre de listas han logrado resolver ese pequeño detalle que, a pesar de los años, puede provocar que uno doble en una curva y se encuentre con un pingo, con dueño desconocido, que anda practicando su propio corte de ruta.
Quizás algún día la política recuerde que la democracia no sólo se juega en el reparto de cargos, sino también en la elemental seguridad de quienes circulan. Mientras tanto, entre listas y caballos, la verdadera carrera parece seguir fuera de control.