n la Argentina del ruido político siempre hay alguien dispuesto a cruzar todas las líneas con tal de ganarse un retuit. Esta vez fue Daniel Parisini, alias “Gordo Dan”, militante y tuitero libertario, quien creyó que la mejor manera de defender al presidente Javier Milei era embarrar la cancha con un comentario brutal y miserable sobre la vida privada de Luis Juez y su hija.
No se trató de una crítica política ni de un argumento válido. Fue, simplemente, un exabrupto soez, digno de la cloaca digital en la que Parisini milita con entusiasmo. Cuando alguien reduce a un adversario a frases escatológicas sobre su intimidad, no está discutiendo ideas: está buscando aplausos fáciles de un segmento social con limitados recursos intelectuales.
Lo más grave, claro, es la utilización de la hija de Juez como arma arrojadiza. Una joven que jamás eligió estar en el centro del ring termina convertida en excusa para el ataque personal. Eso no es política, es canallada.
Pero no es casual. Parisini no inventó el estilo: apenas lo copia. Porque si algo ha caracterizado a Milei en estos meses es su retórica agresiva, insultante y descalificadora contra todo aquel que no comulga con su visión. Lo de “Gordo Dan” es apenas un eco amplificado: el mismo tono, la misma furia, pero en versión barrabrava de Twitter.
El problema es que cuando la política se convierte en un festival de agravios, no hay proyecto que resista. Parisini pretende presentarse como defensor del “plan para sacar de la miseria a los argentinos”, pero con su comentario mostró que la miseria más evidente no está en los demás, sino en su propio lenguaje y en la cultura política que reproduce.
La crítica dura es necesaria, la discusión de fondo también. Lo que no es necesario es convertir la vida íntima en arma electoral. Porque al final, lo único que se degrada no es la imagen de Luis Juez, sino la de un espacio político que cree que gobernar es sinónimo de insultar.
Algunos parecieran haber caído en la cuenta del desacierto del twittero líder de las fuerzas del cielo y prestos salieron a intentar despegar de la gestión a “este señor que no forma parte del gobierno”. No solo no lo lograron, sino que parecen haberle dado a la tropa digital libertaria una motivación, hasta hace pocas horas aletargada, para volver a escena saboreando en este caso las propias tripas partidarias.
Claro que en todo esto hay un silencio, al menos público, que paradójicamente retumba con la contundencia del mayor de los estruendos: el del “amigo”.
En esta época de campaña, donde muchos se presentan como sinónimo de Milei, bien valdría que marquen la diferencia, aunque más no sea forzada, entre unos y otros.
Porque entre los cruzados de Milei aparece Parisini, convencido de ser el primer cruzado, pero reducido a eso, a un “Gordo Dan” que no defiende ideas ni proyectos, sino que reparte agravios como si fueran golosinas. El problema es que, como ya quedó demostrado de recientes épocas pasadas, nadie se desarrolla, crece, se alimenta ni da batallas culturales con insultos. Ni siquiera los libertarios.
(*) El Comité Editorial está conformado por un grupo de periodistas de EDFM. El desarrollo editorial está basado en su experiencia, investigación y debates sobre los temas abordados.