xcelentísimo señor Alvo (o debería decir Lord Alvo): resulta admirable la disciplina con que sus vuelos aterrizan en Ushuaia… siempre y cuando el aeropuerto no tenga el nombre que corresponde. Porque, ¡caramba!, cuando aparece la temible palabra “Malvinas”, sus altavoces enmudecen como coristas frente al Rey Carlos.
¡Qué obediencia la suya! ¡Qué sumisión tan afinada!
Casi podríamos imaginar que antes de despegar hacen ensayo general con el Foreign Office: “Repeat after me: Ushuaia, yes. Malvinas, no”.
Y usted, impecable como todo señorito inglés, logra que un Airbus atraviese los cielos australes… pero tropiece con nueve letras argentinas.
Tranquilo, señor Alvo: decir “Malvinas Argentinas” no es alta traición, ni delito aeronáutico. Es, apenas, el nombre del aeropuerto.
Aunque claro, entendemos: una reverencia a Londres vale más que llamar a las cosas por su nombre.