ací en Río Grande hace ya 78 años, en el hospital del Batallón de Infantería de Marina N.º 5, que aún se conserva y que espero no corra la misma suerte que otros edificios antiguos.
Mi vida entera transcurrió aquí, y con ella también mi compromiso con su historia, su identidad y su patrimonio. Como muchos vecinos, siempre creí que preservar nuestras raíces era también una forma de proyectarnos hacia el futuro.
En el año 2008, comencé a gestionar algo que consideré justo, posible y valioso para la historia de mi pueblo: que el terreno lindero al actual Museo Virginia Choquintel (ubicado en Rivadavia y Alberdi) pasara a formar parte del Museo, y que se recuperara el acceso original —lo único construido en mampostería que aún se conserva de aquellos años— por calle Rivadavia, tal como lo indica el cartel sobre la puerta de ingreso: "Asociación Rural - Año 1949", exactamente como cuando funcionaba allí el galpón donde se realizaban eventos rurales y otras actividades comunitarias.
Hice lo que cualquier ciudadano comprometido haría: presenté una nota, con fecha 16 de febrero de 2009, solicitando formalmente que se gestionara ese terreno (que está bajo la órbita de la Provincia) para integrarlo al museo.
Ese mismo año, desde el Concejo Deliberante, se cursó un proyecto de comunicación al Ejecutivo, y el 27 de marzo de 2012 se emitió la Resolución N.º 009/2012, que nunca se ejecutó.
Publiqué artículos en portales locales, incluso colgué una pancarta en el lugar para visibilizar mi pedido. Hablé con el secretario del Intendente y con la Gobernadora de aquel entonces, y en estos años me dirigí a distintos funcionarios, hasta el día de hoy, siempre con la ilusión de que se podía hacer algo.
No era un reclamo personal, sino un gesto hacia la historia colectiva, hacia ese Museo que guarda tantas memorias del pueblo.
Mi propuesta era simple: recuperar ese acceso histórico, parquizar el terreno y, quizás, instalar allí una vivienda antigua, símbolo de otras épocas. Todo con la intención de “poner en valor” aquello que nos pertenece a todos.
Pero hoy, con profundo dolor, me entero de que ese terreno fue cedido a un sindicato.
No puedo evitar sentirme triste. Triste por el esfuerzo de tantos años, por no haber sido escuchado, y por ver cómo se toman decisiones sin consultar ni considerar lo que significa un lugar para quienes lo vivimos, lo recordamos, lo valoramos.
Es fácil hablar de “poner en valor” cuando se trata solo de palabras.
Pero poner en valor de verdad es escuchar, es proteger la memoria, es respetar la historia.
Hoy siento que se perdió una oportunidad única.
Y, con ella, una parte de mí.