Las testimoniales del ahorro
Editorial

Las testimoniales del ahorro

Por: Comité Editorial EDFM
05/11/2025
D

enostadas por algunos, aprovechadas por otros y en definitiva avaladas por casi todos, las candidaturas testimoniales fueron, son y serán, mientras se las siga permitiendo una picardía electoral. Una especie de “me anoto, pero no cuenten conmigo”. Hoy, gracias al golpe de realidad que protagonizaron los libertarios, recientemente electos, Manuel Adorni y Diego Santilli, el término alcanzó la categoría de parodia nacional: testimoniar sin convicción, sin programa y, a veces, sin boleta. Lo que empezó como un trámite terminó siendo una metáfora perfecta del estado de la política: mucho anuncio, poca presencia y un cierre inesperadamente eficiente.

Porque sí, por una vez el caos nos hizo ahorrar dinero. La negativa de la Justicia Electoral a reimprimir las boletas de La Libertad Avanza, luego de que bajaran a Espert, evitó un gasto multimillonario. Un triunfo fiscal logrado no por ajuste, sino por omisión: no hubo auditorías, ni tijeras, ni Excel, solo una cadena de renuncias y un juez con sentido común. Argentina encontró su nuevo plan económico: gastar menos por accidente.

Unos 15.000 millones de pesos (sin IVA) hubieran sido el costo de la reimpresión de las boletas para poner al actual ministro del Interior en lugar de Espert, instancia que como se recordar, tuvo su origen en la vinculación del economista, hasta ese momento el rostro técnico del experimento libertario, con el “desconocido” Fred Machado, quien por estas horas ya se encontrará rumbo a tierras trumpistas en carácter de deportado.

Adorni fue el primer protagonista involuntario del show. De vocero oficial pasó a legislador porteño electo, para a la postre convertirse en candidato testimonial en tiempo récord, asumir como Jefe de Gabinete de Ministros y trending topic sin escalas. Santilli, el “colorado” de la propaganda, volvió a escena con un eslogan inolvidable: “Para votar al colorado, marcá al pelado.” Una joya del marketing político que, más que un mensaje electoral, parecía un chiste interno.

Como declaración de principios vale acaso la pena recordar que en agosto de este año, el diputado bonaerense de La Libertad Avanza (LLA), Guillermo Castello anunciaba a quien quisiera escucharlo que “las candidaturas testimoniales son una estafa”. “Es verdad que no hay normas que las prohíban, pero violan el espíritu del sistema republicano: la representación democrática.” Y anunciaba la presentación de un proyecto de ley para prohibir lo que consideraba “un fraude escandaloso a la voluntad popular”. Habrá que ver si hoy opina lo mismo, o como decía el recordado Groucho, estos son mis principios, y si no les gustan… tengo otros.

En todo caso habría que analizar si las necesidades presidenciales son un fundamento para validar que algunos electos puedan dejar sus lugares vulnerando precisamente la voluntad popular.

Claro que el tema no fue un fenómeno exclusivo de los libertarios. El peronismo también jugó su propio partido testimonial. Axel Kicillof coqueteó con la idea de encabezar una lista sin dejar la gobernación; Máximo Kirchner amagó con competir para marcar territorio más que para sumar bancas; y en distritos del conurbano hubo electos en funciones, como Verónica Magario, Fernando Espinoza, Leonardo Nardini o Mariel Fernández, que se anotaron en las listas solo para garantizar la foto, sin intención de abandonar el despacho. Una especie de yo estuve ahí, versión PJ.

Del otro lado, Juntos por el Cambio no se quedó atrás. Horacio Rodríguez Larreta y Martín Lousteau multiplicaron precandidaturas simbólicas para cuidar capital político; Patricia Bullrich bendijo listas cruzadas que unían a dirigentes sin destino cierto; y Rogelio Frigerio, todavía en Entre Ríos, figuraba en más afiches que proyectos de ley. Hasta los radicales aportaron lo suyo, con nombres como Facundo Manes o Carolina Losada, que aparecían y desaparecían de las boletas según el clima interno.

Así, el país se convirtió en una pasarela de nombres que desfilaron por la boleta solo para no desaparecer de la conversación. En lugar de propuestas, tenemos figuración preventiva. En lugar de ideas, marca personal. La política argentina logró su máxima innovación: candidatos que no quieren ganar, electos que no quieren asumir y votantes que ya no saben a quién le están firmando el poder.

Y entre tanto simulacro, lo único real fue el ahorro: miles de millones que no se gastaron por no reimprimir papel. La primera política de austeridad exitosa del siglo, producto no del ajuste sino de la desorganización. Quizás haya que admitirlo: en Argentina, la eficiencia no llega con la planificación, sino con el error bien cronometrado.

Al final, queda la moraleja: en la góndola electoral, los envases cambian, pero el contenido es el mismo. Y cuando la publicidad insiste en que “si lo querés al colorado, votá al pelado”, tal vez la respuesta más sensata sea celebrar el ahorro.

En tiempos donde más allá de las críticas de ocasión lo testimonial termina recibiendo justificaciones de conveniencia, el papel que no se imprime vale más que el discurso que se repite.

 

(*) El Comité Editorial está conformado por un grupo de periodistas de EDFM. El desarrollo editorial está basado en su experiencia, investigación y debates sobre los temas abordados.

 

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