uan Balderrama y Desiderio Troncoso, que contaban con un largo historial delictivo en la región patagónica, logran fugarse del Presidio y son “abatidos por una partida policial, a poco de alcanzar la frontera con Chile” (Gabriel Rafart. Tiempo de violencia en Patagonia).
Habían integrado una banda muy temida en Río Negro y Neuquén, liderada por Pedro Sánchez. Este, “algunas veces actuaba solo y en otras acompañado por varios individuos. Este hombre se dedicaba al robo de ganado en la zona central del territorio neuquino sobre el área cordillerana, que luego comerciaba en plazas chilenas. Había logrado una amplia reputación, por lo cual debía tenerse muchos recaudos (...) había hecho sentir sus habilidades de ladrón audaz y temible” tanto en Chile como en Argentina.
De esta banda “no hay un solo vecino” de la zona que no tuviera temor “por sus haciendas sobre todo por la forma audaz y sin embargo misteriosa” de su actuación.
“Sánchez había sido uno de los pocos evadidos que eludieron la recaptura, cuando la masiva fuga de la cárcel de Neuquén, en 1916, y que alcanzó la tan deseada libertad cruzando la frontera hacia Chile. Manteniéndose a distancia de las autoridades policiales, fue ‘cazado’ recién cuatro años después (…) Su fama no le impidió ser descubierto y luego de una prolongada persecución, mientras dos miembros de su banda lograban huir, Sánchez fue derribado por un certero disparo de carabina. Fue ultimado en un oscuro episodio, que tuvo como único testigo al policía que le dio muerte”.
Los secuaces que eludieron la acción policial pudieron continuar ampliando sus prontuarios. “Balderrama tuvo su mejor momento en ese invierno (…) pero sus días terminaron en el más duro de los presidios del país, en la isla de Tierra del Fuego. Según consta en los registros oficiales, éste y Desiderio Troncoso” compartieron su reclusión “en Ushuaia, tuvieron éxito en llevar a cabo el plan de fuga, pero, luego de atravesar Lapataia, repitieron el final de la historia que tuvo Sánchez”.
El clima delictivo generado por los bandoleros que actuaban a ambos lados de la frontera y aprovechaban la escasa presencia policial, impusieron el ‘gatillo fácil’. “Si no se entregaba a la primera voz de alto, la policía y los vecinos armados recurrían sin dilaciones al lenguaje de las carabinas. Sin duda, las decisiones (…) estaban también gobernadas por el miedo” (op.cit.).