un costado del paisaje circundante a la capital fueguina, no muy lejos de la avenida Héroes de Malvinas, descansa -si es que a esto se le puede llamar descanso- un auto abandonado que parece haber decidido jubilarse sin avisar. No circula, no contamina en movimiento, pero compensa con óxido, goteos invisibles y una vocación firme por degradarse lentamente, como quien protesta en silencio.
El vehículo, elevado y desarmado, parece una instalación artística: “Naturaleza muerta con irresponsabilidad urbana”. Nadie lo reclama, nadie lo retira. Cumple, eso sí, una función pedagógica involuntaria: recuerda que la falta de conciencia ciudadana también deja huellas, aunque no estén asfaltadas.
Entre pastos, barro y chapas corroídas, el auto se integra al entorno con la torpeza de lo que nunca debió estar ahí. Es el símbolo perfecto de una costumbre persistente y nada civilizada: abandonar lo viejo y mirar para otro lado, como si la contaminación también supiera hacerse invisible.
