Colaboración exclusiva: Guillermo Alonso

Premio especial

16/07/2020
D

esde que el fútbol se hizo profesional en el año 1931 hasta 1967 en que Estudiantes de La Plata ganó el Campeonato Metropolitano, los torneos se los repartieron entre los cinco grandes. Boca, River, Independiente, Racing y San Lorenzo fueron los únicos clubes que a fin de año pudieron gritar campeones. Eran tiempos en los que los equipos se repetían de memoria y que, figuritas mediante, cualquier pibe de barrio sabía que Pierino González, Baiocco, Borello, Rosello y Markarian era la delantera de Boca, Miccelli, Cecconato, Bonelli, Grillo y Cruz la de Independiente o Vernaza, Prado, Walter Gómez, Labruna y Loustau la de River. Los jugadores tampoco ganaban lo que ganan hoy, y muchos de ellos estaban obligados a tener otro trabajo además del fútbol. Eso sí, había partidos en los que les asignaban un premio o estímulo especial. O cuando salían campeones y sólo lo cobraban los once titulares. Hubo un año, que un equipo de los denominados chicos, un equipo de barrio realizó una campaña tan importante que llegó a la penúltima fecha con un punto de ventaja sobre un equipo grande, con el que tenía que enfrentarse en la última fecha. Empatando o ganando sería campeón. Todo el barrio estaba revolucionado porque su equipo realmente jugaba bien, con un buen arquero, una defensa que siempre salía jugando y una delantera goleadora. Se destacaba su número 6, que era un férreo defensor pero que también era a quien buscaba el arquero para salir jugando desde su propio campo. Jamás rifaba la pelota y no sólo nunca erraba un pase, sino que también les exigía a sus compañeros que nunca revolearan la pelota. Hacía varios años que era el capitán del equipo y a sus treinta años ya estaba pensando en retirarse y dedicarse de lleno a administrar la estación de servicios que había creado con un amigo. Los diarios y radios de la época hablaron toda la semana de lo que iba a ser ese partido, asignándole más posibilidades al equipo chico que no había perdido con ninguno de los otros equipos grandes. También especularon con los premios que ambos clubes prometían a sus jugadores en caso de ganar. El equipo chico medio sueldo más, mientras que el equipo grande, cuyo presidente era un famoso ejecutivo de una fábrica automotor no hizo promesa pero aseguró que “nunca habrán visto nada igual”. Ese domingo, cuatro horas antes del comienzo del partido, las tribunas ya estaban llenas, la local y la visitante. Todo el barrio llenaba la tribuna local, familias completas, mientras que los visitantes habían llegado en veinte bañaderas repletas de hinchas. Los visitantes ganaron fácil el partido de Reserva y la tensión se hizo angustiante a medida que faltaban pocos minutos para empezar el partido principal. Y llegó la hora de jugar. A mitad del primer tiempo los locales se pusieron en ventaja con un gol de su puntero izquierdo. 1 a 0. En el segundo tiempo el equipo grande salió decididamente al ataque y acorraló a los locales en su propio campo. Y pasó lo que menos se esperaba. El 9 visitante trabó una pelota con el 6 local que increíblemente perdió pie permitiéndole al delantero marcar su gol. 1 a 1. Y cuando faltaban sólo dos minutos para el pitazo final y la tribuna local ya gritaba Campeón, el 6 reventó la pelota como nunca lo hacía, la recibió un delantero rival que desde afuera del área marcó el gol, el triunfo de su equipo y el campeonato. Como había prometido, el presidente del Club Campeón otorgó un premio extraordinario. Pero esta vez no fueron once si no doce los que lo recibieron. El Número 6 del Club chico se retiró ese año y se fue a vivir a su nueva casa en el bajo de San Isidro. Guillermo Alonso (junio/2020)

Autor : Guillermo Alonso
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